Dos Audi en cada garaje, un chino en cada familia

Estado de mi maleta a la vuelta de Sitges. We "laik" the Costa Brrrraaaava, we "laik" the Costa Brrrraaaaaava...

Es voz común que las modas son odiosas. Quien está dentro de una, la odia porque ya no es "exclusiva". Quien está fuera, la odia por principios: "lo que no me gusta es una mierda; si le gusta a los demás, más mierda aún". Créanme, el inconsciente social es así de estupendo.

No obstante, salvo con algunas modas como raparse al cero y dar palizas mortales a los mendigos y "otros despojos", todo es cosa de tragar, que nadie sale perjudicado, y a quien le apetezca llevar una camiseta marca "El Niño", como el 60% de chavales de la calle, pues que le aproveche (con respecto a la "mongo-moda-80": el cortometraje "Martians Go Home!", aparte de PÉSIMO, es un burdo intento de ganarse el aplauso "friki", mediante la llamada "estética ochentera", que consiste en hacerlo todo cutre y lleno de referencias, pósters de películas y videojuegos, y metiendo a Alaska con calzador).

Pero hay una moda que de verdad me hiere el alma: adoptar asiáticos ("chinitos", según un sector imbécil de la población). Patrocinada por Caprichitos Buenacción, esta moda convierte algo tan serio, solemne e importante como la adopción de niños en una moda más, en algo que "se lleva esta temporada", en una práctica maravillosamente exótica, sucedáneo de safari o compra-de-mascota-cara de esas que tanto gustan a los Zoovemolonguis (viva Peter Bagge). Porque a ver quién es el pelele que llega a clases de hípica o al cóctel-presentación del nuevo libro de César Vidal (cualquiera de los quince del año) diciendo que ha adoptado a un huérfano de Oviedo. Qué va, qué va, con lo poco que viste eso. En casa nada de chuchos; de fox-terrier para arriba.

Disfrazándolo de acto solidario, cada pareja de cínicos va a la caza del oriental, fardando después de la cantidad de dificultades y trámites que conlleva la adopción. Pero por mi chinito, yo lo que sea; hay que ver lo humanitaria y maravillosa que soy. Y al igual que el nombre de criador de nuestro perro de quinientos euros es rápidamente sustituido por uno más apropiado, como Trufi o Pitu, el nombre de nuestro huérfano asiático, que no es para nada de nuestro gusto, es elegido entre una vasta gama de nombres occidentales que resultan sumamente chocantes, igual que conocer a un valenciano que se llame Xin-Gun-Huy. Huy por favor, Lian-Seng, qué nombre tan feo. Yo a mi chinito le llamo Álvaro, que es más fácil de aprender, y así se integra antes.

Entretanto, en las profundidades de Monkey Island(tm), los huérfanos españoles están a verlas venir. Es su culpa, por haber nacido aquí. Y seguro que son todos hijos de toxicómanos, por dios, no meto yo uno de esos en mi casa ni loca, que me desentona con el yorkshire (convenientemente peinado con estúpido kiriki) y el Audi.

Marido, cómprame un visón. Marido, adóptame un chino.